Todos llaman «Atahuallpa» al último gobernante del Imperio de los Incas, pero su verdadero nombre no era precisamente ese. Atahuallpa viene de Atha: nudo y Wallpa: gallina. Más o menos sería «gallina atada», pensémoslo, quién le pondría de nombre gallina, al hijo del soberano de toda Suramérica. Además, las gallinas fueron traídas por los españoles, no existían cuando «Atahuallpa» había nacido.

Atahuallpa viene de Atha: nudo y Wallpa: gallina. Más o menos sería «gallina atada»,

Este apodo le fue puesto al Inca por los Españoles al ver que se despedía llorando de su familia, al saber que había sido condenado a muerte. Para la posteridad, el cronista Sarmiento de Gamboa, fue el primero en llamarlo «Atahuallpa» como si ese fuera su nombre y no el apodo que le pusieron por haber sido vencido de manera malintencionada y hasta dolosa.

Con los años, todos llamamos de ese modo a nuestro último soberano legítimo, nada se hizo por aclarar este hecho. Pero no es tarde, el nombre de nuestro inca era «Atabalipa», cuyo significado es «hombre fuerte y valiente».

Todos los documentos de inicios de la conquista (1532 – 1560) hablan de Atabalipa, nunca lo llaman Atahuallpa.

Fuente: Congreso Latinoamericano de Historia Indígena

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El falso ejército que ayudó a ganar la Batalla del Pichincha

Detrás de las grandes batallas y héroes existen sucesos y personajes relegados a un segundo plano. Muestra de ellos es el episodio, casi desconocido, del engaño militar que resultó decisivo en la victoria del Pichincha.

El italiano Cayetano Cestari Barbieri (recuadro), autor de la treta que despistó a los españoles antes de la Batalla del Pichincha, fue ascendido a coronel por Bolívar en junio de 1822.
El de Mayo de 1822, en las faldas del volcán Pichincha, se libró la batalla que selló la independencia de los territorios que en el futuro conformarían la República del Ecuador.

Fue un combate épico, lleno de heroísmo y coraje. Allí, un joven teniente de 18 años llamado Abdón Calderón luchó con valentía a pesar de sus heridas, sirviendo de ejemplo a sus camaradas que combatieron hasta alcanzar la victoria, comandados por el osado general Antonio José de Sucre.

Esta es la historia conocida, la que aprendemos en la escuela. Pero hay otra historia, no tan conocida, que cuenta que aquel mismo 24 de mayo, a pocos kilómetros de donde se enfrentaban realistas y republicanos, se desarrollaba otro duelo igual de crucial, aunque en él no hubo saldo de muertos o heridos: las armas usadas fueron la astucia y el engaño.

El pequeño misterio del batallón Cataluña

Horas antes de la Batalla del Pichincha, los españoles esperaban un refuerzo de 400 aguerridos realistas pertenecientes al batallón Cataluña, los cuales marchaban a toda prisa desde Pasto (al norte), en dirección a Quito. Su llegada desequilibraría las fuerzas de combate a favor del bando español, con lo que la historia del 24 de mayo podría haberse escrito de diferente forma.

Pero aquel batallón de refuerzo nunca apareció y la batalla que siguió a continuación selló la derrota del ejército español en Quito.

Lo cierto es que el batallón Cataluña sí llegó muy cerca de la capital unos días antes de la batalla, aunque sorpresivamente detuvo su avance. ¿Por qué?

Ese fue un pequeño misterio que fue dejado de lado por los historiadores de la independencia durante un siglo.

Así fue hasta 1922, cuando el investigador ecuatoriano Carlos Vivanco Félix publicó un curioso documento que encontró en el Archivo Nacional de Quito, el cual revelaba una historia sorprendente que podía aclarar el motivo por el cual el batallón Cataluña no acudió a ayudar a los realistas de Quito, facilitando la victoria de Antonio José de Sucre el 24 de Mayo de 1822.

El ejército fantasma

Aquel documento había sido escrito por un comandante de Sucre llamado Cayetano Cestari. Este comandante se hallaba desde el 20 de mayo de 1822 tras las líneas enemigas, en las provincias al norte de Quito, con la misión de interceptar los 400 refuerzos del batallón español Cataluña.

Cestari, con apenas un centenar de soldados bajo su mando, tenía sin embargo un plan para impedir el arribo del Cataluña a la batalla final en la capital. En el documento descubierto por Vivanco (1), Cestari describió su estrategia: exageró sus propias fuerzas aumentándolas a 800 soldados, sumándole 200 monturas de caballería. Con esa fuerza importante pero imaginaria, existente solo en el papel, Cestari esperaba engañar al enemigo.

Cestari narra que para hacer más creíble el engaño se hizo pasar por un jefe republicano especialmente temido por los españoles, y llegó hasta a falsificar su firma en documentos en los que pedía a los pueblos de la región que alimentasen a su numeroso pero imaginario ejército.

Según el historiador Roberto Leví Castillo, el comandante Bartolomé Salgado del Batallón Cataluña frenó su avance al escuchar sobre aquel inesperado ejército enemigo que se interponía en su ruta hacia Quito, convencido de su real existencia (2).

Los refuerzos del Cataluña permanecieron inmóviles a 80 kilómetros al norte de Quito durante varios días, hasta el 23 o 24 de mayo. Cuando por fin reanudaron su movilización, ya era demasiado tarde: llegaron a la capital el 25 de mayo, descubriendo que el grueso de su ejército había sido completamente derrotado por Sucre el día anterior.

El comandante del Cataluña no pudo hacer más que rendirse junto a su batallón (3).

Historiadores como Julio H. Muñoz o Jorge Núñez Sánchez le dan el crédito a Cayetano Cestari por evitar la incorporación del batallón Cataluña a las fuerzas españolas que combatieron en Pichincha. Otros investigadores como Necker Franco Maldonado o Jorge Salvador Lara opinan incluso que el triunfo de Sucre el 24 de mayo le debe mucho a la audaz estratagema de Cestari (4).

Maestro del engaño

El exitoso plan de engaño de Cestari no fue producto de la improvisación: este oficial era un experto en operaciones de desinformación o engaño militar, cuyo fin fue generar información falsa que derive en análisis equivocados por parte de los jefes enemigos y ocultar las verdaderas intenciones de las operaciones militares propias.

Cestari era italiano y masón, y se formó militarmente en Europa. Integró el sexto regimiento de infantería del ejército napoleónico que invadió España en 1808, donde aprendió tácticas de guerrilla.

Durante aquella invasión brutal, Cestari fue alabado por su caballerosidad con el enemigo (5).

En 1817 pasó a América, uniéndose a los ejércitos de Bolívar. En 1821 llegó al Ecuador con Sucre, comandando el primer escuadrón de caballería Dragones del Sur.

Como jefe de Estado Mayor de Sucre formó un nutrido grupo de espías, que desde la Sierra vigilaban los movimientos del ejército enemigo.

Cestari era partidario del engaño militar. Sobre esto, el italiano dejó escrito: «El engaño, en el arte de la guerra, es virtud, y todos los tácticos lo aprueban» (6).

A pesar de no haber participado directamente en el combate del Pichincha, Cestari formó parte, junto al fallecido Abdón Calderón, del exclusivo grupo de cinco militares que fueron ascendidos después de la batalla.

Cayetano Cestari se retiró del ejército libertador en 1823, con el rango de coronel.

El protagonista de uno de los episodios militares más sorprendentes (y desconocidos) detrás de la Batalla del Pichincha vivió el resto de su vida en Ecuador. Murió en 1834, en la ciudad de Machala.
Fuente: Diario El Universo

exitoso plan de engaño de Cestari no fue producto de la improvisación: este oficial era un experto en operaciones de desinformación o engaño militar

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Nadie desconoce que el inconmensurable poder del que dispuso Hitler no tuvo parangón durante varios años. Al mando de sus soldados, sembró el terror en todos aquellos que se atrevían a desafiarle. Sin embargo, lo que es menos recordado es que el mandatario nazi sentía una obsesión enfermiza por las reliquias debido a que, según pensaba, su poder le ayudaba a mantener en alza su imperio. Entre otros, uno de los objetos que deseaba tener entre sus manos era la Lanza de Longinos, el arma que un soldado romano clavó a Jesucristo en la cruz y cuya leyenda afirmaba que su poseedor no perdería jamás una batalla

Este artefacto, también conocido como «La Lanza del Destino», no fue el único objeto que Adolf Hitler trató desesperadamente de encontrar, sino que en su lista también se encontraban reliquias de tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial. Sin duda, las obsesiones del líder alemán parecen más bien propias de un guión de las populares películas de «Indiana Jones».

no fue el único objeto que Adolf Hitler trató desesperadamente de encontrar, sino que en su lista también se encontraban reliquias de tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial.

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